Vamos a limpiar rincones...

Por fin he incumplido lo que dije en mi primera entrada respecto a no publicitar este diario.Inicialmente pretendía que fuera como un "diario íntimo de la Srta. Pepis" abierto encima de la mesa de un bar. Que quién se acercara a ojearlo lo hiciera de pasada, sin conocerme ni con ningún prejuicio, más por el morbo de asomarse a la ventana de un desconocido y echar un vistazo a su interior.Pero mi lado exhibicionista es mucho más fuerte de lo que yo mismo me creo. Al igual que en su momento publiqué una vivencia muy privada, de la cual he hablado aqui también, en un foro público -hum.lit- ahora he vuelto allí, tras semanas de no asomarme, para colgar un trozo de este diario y, logicamente, hacer mención de él.Espero que al igual que entonces, las opiniones sean amables y exentas de crueldad, lo que no quita que se critique lo que se quiera criticar.

lunes, 25 de junio de 2007

Pasando página.

Leí hace mucho tiempo en un libro, no recuerdo si Samarcanda o León elAfricano, que hay dos años en la vida de toda persona en los que estamos más cerca de la muerte. Uno es el de nuestro nacimiento. El otro, como todos intuimos, es el de nuestro fallecimiento.

Durante el primer año de nuestra vida, recien salidos de la nada, de la no-vida en la que reina la muerte, nuestros padres o quien esté encargado de nuestro cuidado, saben que está siempre rondando cerca.

El nuevo ser es débil e indefenso y necesita que luchen incansablemente por él, al menos durante ese periodo inicial de aprendizaje y asentamiento. Una vez superado, cuando ya empieza a caminar solo, la tensión se relaja, nunca del todo, pero ya se ha superado el primer momento crítico.

La diferencia con el segundo año "especial", el del fallecimiento, es radical. Nunca sabemos que ese año es el año hasta que es demasiado tarde.

Creemos que estamos en nuestro mejor momento, con experiencia, sabiendo cuidar de nosotros mismos, incluso somos responsables de otros. Sabemos que en cualquier momento nos puede rondar la muerte, pero nos sentimos fuertes y seguros de nosotros mismos.

De repente en un momento de lucidez, nunca por esperado bien recibido, descubrimos el anuncio, anticipándose, unas veces meses, otras días o minutos, y tras él, el Final.

Si el anuncio se anticipa lo suficiente, puedes intentar dejar en orden tus asuntos. Si no, sólo puedes encomendarte a algún dios o directamente al diablo. Tengamos el tiempo que tengamos, después de estar un rato bloqueados por el estupor, intentamos conseguir tiempo para hacer o acabar de hacer las cosas importantes que tenemos pendientes.

Aquí el matiz es importante, primero conseguir tiempo y después actuar. Conseguir tiempo cuando se nos ha anunciado que ya no queda, que el final es inminente. Me imagino que lo habitual es que entre el estupor y la pataleta -no es justo, por que a mí- perdemos el poco tiempo que nos queda y no hacemos lo que debemos. El final siempre acaba llegando demasiado pronto.

A menos que sirva para renacer.

Esta historía me ha venido a la mente por que he vivido y creo que ya he metabolizado una situación en la que hay claros paralelismos entre lo que cuenta el libro -León el Africano, seguro, Amine Maalouf- y la vivencia en la que estoy inmerso.

He vivido el último año y el primero de la vida, el final y el inicio de una relación, en lo que tarda en pasar un invierno. He tenido la desgracia de ver la muerte de la relación dentro de la que he vivido los últimos veinte años, y la suerte, espero, de reiniciarla acto seguido con la misma persona. Me releo y me parece que suena a rizar el rizo, al más díficil todavía.

Sentí el anuncio del Final, de la muerte apenas un par de meses antes de que ocurriera. Primero fueron pequeñas señales, luces de alerta a las que no hice caso, o que simplemente esperaba ver apagarse como siempre había ocurrido. Luego llego un día en el que no pude cerrar más los ojos ante la evidencia, lo que tenía delante llevaba irremediablemente hacia la muerte.

Aquella experiencia la narré en un relato, que publique en inet a medida que iba ocurriendo. Se generó un hilo larguísimo, lleno de vueltas y re:vueltas. Fue una situación extraña, gente de la que solo conocía el nick dándo su opinión, a veces más acertada y otras no tanto, pero en todo caso o apoyándome o intentando ayudarme.

Pero la situación seguía su curso y llevaba irremediablemente a la muerte de aquella relación. A a medida que pasaron los días llegó el engaño, la decepción y lo que certificó definitivamente la defunción, la completa pérdida de confianza en la persona amada.


No voy a explicar como conseguimos pasar de una situación de muerte certificada al renacer de una nueva relación, con las mismas personas, aparentemente, por que ya no eramos los mismos y nos veíamos con otros ojos, dispuestos a asumir nuevos compromisos, adecuados a las nuevas personas y que sustituyeran a los que se habían roto en la relación previa. No lo voy a explicar por que no se como lo conseguimos, pero llegamos.

Tuvo mucho que ver que a pesar de haber roto irremediablemente, tuvimos que seguir compartiendo nuestras vidas, al menos mientras resolviamos la separación. Tambien tuvo que ver que a pesar de todo seguíamos amándonos. Que ambos teníamos la sinceridad y la comunicación como valor prioritario y a fuerza de hablarlo todo -ya no teníamos mucho que perder- fuimos capaces de ver lo que nos había llevado al punto de no retorno, a asumir nuestra parte de culpa y de entender al otro sin culparlo.

Ahora estoy en el primer año de nuestra nueva vida en común y recordar aquella historia de León el Africano me sirve para no olvidar lo cerca que está la muerte y lo mucho que hay que luchar para conseguir que una relación sobreviva y no solo el primer año.

Ya es momento de hacer caso a quien me recrimina que no consigo dejar de mirar atrás.
Ya es momento, este es el momento, de pasar definitivamente página. De dejar que el futuro se convierta en presente a cada instante, de dejar de mirar atrás y de comenzar, de recomenzar a disfrutar de la vida. De renacer.

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