DREAM #1
Estaba desconcertada. Sabe que ha sido un accidente, que no quería hacerle ningún mal, que no ha sido su culpa y sin embargo, el viejo está muerto y ella se siente culpable.
Es un viejo decrépito, sin dientes, casi calvo, sólo algunos pelos como dibujados cruzándole el craneo. Es, bueno era, un viejo delgado, casi esperpéntico. La ropa vieja pero limpia, algo grande, dándole una imagen desgarbada. El viejo estaba muerto y era consciente que, aunque hubiera ocurrido por accidente, tenía que hacer algo.
La mujer sabía que estaba mal, que lo que tenía que hacer era avisar a alguien, pedir ayuda y que se siguiera "el conducto reglamentario"; ella no era culpable y lo sabía, seguro que se podría demostrar. Sería un problema, un disgusto, un mal rato, pero ya estaría. Alguien se haría cargo del asunto y ella podría descansar. A pesar de todo, mientras pensaba en ello, seguía preparando el cadaver para meterlo en el horno.
Que nadie le pregunte como era posible que hubiera conseguido meterlo en el horno, lo cierto es que había cabido. Eso sí, lo había tapado con papel de aluminio, no podía soportar verlo. Mientras se cocinaba, pensó en el olor, pensó en quién, en cómo se lo comería.
Aunque consiguió anular el olor, su cerebro no procesaba la información, se negaba a olerlo y tampoco conseguía resolver el problema de que hacer con el viejo una vez cocinado. La angustia le subía por el cuerpo, empezaba en lo más profundo de su vientre y subía en oleadas cada vez más frecuentes, hacía escala en su pecho, removiéndole las entrañas, le subía hasta la boca y le bloqueaba la mente, dejándosela en blanco. No, en blanco no, en negro. No pensar, anular el sentimiento de culpabilidad mientras el viejo se horneaba.
La mujer subía en el ascensor.
Era el ascensor de un bloque de pisos, del extraradio, un bloque de vecinos.
La mujer subía sola.
El bloque era altísimo.
Tanto que parecía que nunca llegaría arriba.
Sabía que él estaba arriba, esperándola.
Lo veía, a pesar de estar encerrada en el ascensor que no acababa de llegar a su destino.
Cuando llegó por fin, dió una sacudida extraña y mientras la mujer y él se miraban a los ojos, el ascensor comenzó a descender a trompicones.
Lentamente, unos pocos centímetros cada vez, una mínima parada, un nuevo trompicón y otra minúscula caida al vacío.
La mirada, seguramente de complicidad, se convirtió de golpe, al notar que los trompicones les alejaban inexorablemente, en una mirada de pánico.
Él intento sujetar el ascensor, agarrándolo no sabe bien como.
Ella notó que el descenso se detenía, momentáneamente.
Él realizaba un gran esfuerzo, estaba al límite de sus fuerzas.
Ella le seguía mirando, fijamente, pero ahora los ojos de ella transmitían pánico y horror.
El ascensor inició bruscamente el descenso.
En un instante se estrelló abajo, contra el suelo.
Quedó completamente destrozado.
Una nube de polvo cubrió el hueco del ascensor.
Se elevó como en una chimenea y salió por la puerta abierta.
Habían caido, la mujer dentro del ascensor.
Él arriba.
Al día siguiente la mujer volvió al edificio y mientras miraba el extraño agujero que había quedado donde cayó el ascensor, no podía creer lo que le decía su acompañante. Él ya no estaba. Todo se había acabado en aquel ascensor, en aquella caída. La mujer sintió una pena tan enorme que la desbordó. No hubieron lágrimas, pero el llanto la desbordó.
Tenía una sensación de pena tan grande que no creía poder soportarla.
Necesitaba comprobar que él seguía a su lado, durmiendo tranquilamente, ajeno a la experiencia que ella acababa de vivir, de soñar.
Se giró en la cama y con la mano buscó su cuerpo.
Estaba desconcertada. Sabe que ha sido un accidente, que no quería hacerle ningún mal, que no ha sido su culpa y sin embargo, el viejo está muerto y ella se siente culpable.
Es un viejo decrépito, sin dientes, casi calvo, sólo algunos pelos como dibujados cruzándole el craneo. Es, bueno era, un viejo delgado, casi esperpéntico. La ropa vieja pero limpia, algo grande, dándole una imagen desgarbada. El viejo estaba muerto y era consciente que, aunque hubiera ocurrido por accidente, tenía que hacer algo.
La mujer sabía que estaba mal, que lo que tenía que hacer era avisar a alguien, pedir ayuda y que se siguiera "el conducto reglamentario"; ella no era culpable y lo sabía, seguro que se podría demostrar. Sería un problema, un disgusto, un mal rato, pero ya estaría. Alguien se haría cargo del asunto y ella podría descansar. A pesar de todo, mientras pensaba en ello, seguía preparando el cadaver para meterlo en el horno.
Que nadie le pregunte como era posible que hubiera conseguido meterlo en el horno, lo cierto es que había cabido. Eso sí, lo había tapado con papel de aluminio, no podía soportar verlo. Mientras se cocinaba, pensó en el olor, pensó en quién, en cómo se lo comería.
Aunque consiguió anular el olor, su cerebro no procesaba la información, se negaba a olerlo y tampoco conseguía resolver el problema de que hacer con el viejo una vez cocinado. La angustia le subía por el cuerpo, empezaba en lo más profundo de su vientre y subía en oleadas cada vez más frecuentes, hacía escala en su pecho, removiéndole las entrañas, le subía hasta la boca y le bloqueaba la mente, dejándosela en blanco. No, en blanco no, en negro. No pensar, anular el sentimiento de culpabilidad mientras el viejo se horneaba.
DREAM #2
La mujer subía en el ascensor.
Era el ascensor de un bloque de pisos, del extraradio, un bloque de vecinos.
La mujer subía sola.
El bloque era altísimo.
Tanto que parecía que nunca llegaría arriba.
Sabía que él estaba arriba, esperándola.
Lo veía, a pesar de estar encerrada en el ascensor que no acababa de llegar a su destino.
Cuando llegó por fin, dió una sacudida extraña y mientras la mujer y él se miraban a los ojos, el ascensor comenzó a descender a trompicones.
Lentamente, unos pocos centímetros cada vez, una mínima parada, un nuevo trompicón y otra minúscula caida al vacío.
La mirada, seguramente de complicidad, se convirtió de golpe, al notar que los trompicones les alejaban inexorablemente, en una mirada de pánico.
Él intento sujetar el ascensor, agarrándolo no sabe bien como.
Ella notó que el descenso se detenía, momentáneamente.
Él realizaba un gran esfuerzo, estaba al límite de sus fuerzas.
Ella le seguía mirando, fijamente, pero ahora los ojos de ella transmitían pánico y horror.
El ascensor inició bruscamente el descenso.
En un instante se estrelló abajo, contra el suelo.
Quedó completamente destrozado.
Una nube de polvo cubrió el hueco del ascensor.
Se elevó como en una chimenea y salió por la puerta abierta.
Habían caido, la mujer dentro del ascensor.
Él arriba.
* * *
Al día siguiente la mujer volvió al edificio y mientras miraba el extraño agujero que había quedado donde cayó el ascensor, no podía creer lo que le decía su acompañante. Él ya no estaba. Todo se había acabado en aquel ascensor, en aquella caída. La mujer sintió una pena tan enorme que la desbordó. No hubieron lágrimas, pero el llanto la desbordó.
* * *
La mujer despertó en la cama, angustiada.Tenía una sensación de pena tan grande que no creía poder soportarla.
Necesitaba comprobar que él seguía a su lado, durmiendo tranquilamente, ajeno a la experiencia que ella acababa de vivir, de soñar.
Se giró en la cama y con la mano buscó su cuerpo.
2 comentarios:
Ha sido un día duro. El sol lanzaba fuego, sin contemplaciones. Sobre mi frente, completamente aguada...Y tú, aquí, esperándome con un regalo inmenso, hermoso, sin pedir nada a cambio, Gracias, amor mío.
Fantático texto, como todos los tuyos y ¡qué envidia sana del amor de ustedes!
Una cosita para mejorarlo, no utilices el hubieron que es incorrecto gramaticalmente hablando,sino el hubo.
Te agradezco en el alma tu respuesta en el patio, no quise contestarte allí porque ya me han hecho demasiado daño y hasta llorar.
Lola, tu poema de "Tus ojos" me llegó al alma y tu apoyo incondicional más aún.
Los quiero.
Millones de besos
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